lunes, 18 de enero de 2016

Lactancia, porteo y colecho


Tres años han pasado más o menos desde que escribí la última entrada... casi nada. En este tiempo una nueva vida cobró forma dentro de mi vientre y el 7 de noviembre de 2013 nació Érika, mi hija. Desde entonces la vida es caóticamente maravillosa y yo me siento aterrada y feliz, porque no se puede ser feliz sin miedo igual que no se puede ver la luz sin la oscuridad.

Siempre he oído que ser madre te cambia la vida. En mi caso no ha sido así. Mi vida está ahí, igual que siempre. Mi familia, mis amigos, la realidad que me rodea... todo está como siempre. Todo menos yo. Yo ya no soy ni volveré a ser nunca la misma. He cambiado por completo, me he vuelto del revés y tras un reajuste total de prioridades, necesidades, emociones y demás sigo sin encontrarme del todo tal y como era antes. Y, superado el miedo inicial a perderme del todo, siento que esta nueva yo es mucho más completa, porque ya no soy, ahora somos.

Ser madre es difícil. Ser madre soltera lo es un poco más, pero cuando la maternidad es tan elegida y deseada como la mía todo tiene sentido y cada lágrima tiene su recompensa. Al final del día, sobre todo si ha sido un día duro, la sonrisa de Érika borra todo lo malo y nos vamos a dormir las dos con el corazón calentito de felicidad, o "candelito", como dice ella.

Si tuviera que describir nuestra maternidad hasta ahora en pocas palabras estas serían lactancia, porteo y colecho. Y tiene gracia porque ni siquiera sabía qué significaban las dos últimas hace apenas tres años. Pueden parecer tres simples palabras, pero engloban tal cantidad de decisiones, sentimientos, emociones y reivindaciones que asustan.

Tras un parto maravilloso, rápido y consciente me vi con mi hija en brazos y todo un abismo a mi alrededor. Agotada y abrumada, pasé semanas sin dormir vigilando su sueño y su respiración. Todas las decisiones que había tomado durante el embarazo no se correspondían con la realidad que estaba viviendo. Todo lo que me habían enseñado, todo lo que había aprendido durante mi vida sobre ser madre, todos los consejos recibidos solicitados o no... nada tenía sentido. La sensación era como si alguien me hubiera regalado un librito de instrucciones en un idioma que no entendía. Estaba totalmente desbordada.

Durante el embarazo había comprado todo lo que se supone que iba a necesitar: bañera, carros, libros sobre crianza, biberones, juguetes, cuna (esta era prestada, menos mal), etc... Ahora sé que me lo podía haber ahorrado todo, que es mucho más simple que todo eso, pero claro, para llegar donde estoy ahora he tenido que pasar por ahí. También había decidido durante el embarazo que iba a darle el pecho a Érika, o al menos iba a intentarlo, porque dado el caso de la cantidad de madres que "no tienen leche suficiente" era poco probable que yo tuviera la suerte de ser de las que "sí tenían leche". Érika nació y a los diez minutos ya la tenía en el pecho, sin embargo dos días después había decidio unas diez veces dejar de darle el pecho y le había dado su primer biberón... ¿por qué? Porque creía que no tenía leche, porque creía que dar el pecho no dolía y porque con la leche de fórmula de hoy en día los niños se crían igual de bien que con la leche materna. Tres mentiras como tres catedrales. Gracias a la insistencia de mi madre que me decía que al menos le diera el primer mes, fui alternando biberones y pecho hasta que decidí escuchar mi instinto, apostar por la lactancia materna exclusiva y buscar ayuda para lograrlo. La frase "tú eres todo lo que necesita tu bebé" fue determinante y a los dos meses teníamos una lactancia maravillosamente asentada que aún dura (Érika tiene 26 meses). Ese logro hizo que me replanteara todo lo demás... ¿y si dejaba de escuchar a los demás y me escuchaba a mí misma? ¿Y si me olvidaba de todo lo que había aprendido que tenía que hacer y hacía lo que realmente sabía que tenía que hacer? Y así llegó el porteo. Dejar de meter a Érika en un carro de plástico y llevarla en brazos todo el tiempo gracias a los portabebés ergonómicos fue una de las mejores decisiones de mi vida. Érika dejó de llorar, yo de preocuparme, gané en movilidad, independencia y felicidad. Y no, no me duele la espalda aún cuando hoy en día la sigo porteando (y ojalá que dure). Entonces fue cuando llegó la tercera decisión importante: el colecho. Sacar a Érika de la cuna de noche para darle el pecho, dormirla y volver a meterla en la cuna con cuidado para que no se despertara me parecía un sinsentido agotador... ¿y si la tumbaba en la cama conmigo mientras le daba el pecho? Y con lo bien que estamos las dos así... ¿y si la dejo dormir un ratito aquí conmigo? Y como no encontré ninguna razón para no hacerlo, a los dos meses la cuna fue devuelta a su dueña original y el colecho se implantó en nuestras vidas junto con la lactancia y el porteo. A los seis meses Érika alternó el pecho con la cuchara así que los biberones junto con los carritos de paseo y la cuna entraron a formar parte de las "cosas que realmente nunca hubiera adquirido de haberlo sabido". Hay personas en mi vida que fueron decisivas para que yo fuera capaz de tomar estas decisiones y siempre les estaré agradecida. Ellas me devolvieron la confianza en mí misma que el miedo a equivocarme había escondido en un cajón muy pequeñito dentro de mi cabeza. Ahora ese cajón está abierto y a diario salen de él decisiones que marcan nuestra vida. A veces son decisiones acertadas, otras no tanto, pero todas tienen en común que son mías.

Tenemos un exceso de información con respecto a la maternidad y pocos filtros para saber qué camino elegir. El exceso de información y los consejos gratuítos que no pedimos hacen tanto ruido que en muchas ocasiones logran tapar nuestra voz interior, nuestro instinto de mamíferas sabias que durante cientos de años ha mantenido viva a la humanidad. Yo me convencí de que las mujeres somos sabias por naturaleza (y que conste que no es una afirmación excluyente). Si mi cuerpo había sido capaz de crear huesos y órganos en mi vientre... ¿cómo no iba a ser capaz de hacer todo lo demás?

Creo que ser padres, en general, es difícil. Sobre todo por el cansancio y las dudas. Pero es un camino maravilloso que estoy deseando seguir recorriendo.