Uno de esos días en los que buscaba mi reflejo, me encontré con algo que había escrito una de las personas que mejor me conocen. Hoy he vuelto a leerlo y he vuelto a reconocerme en sus palabras. Os dejo por aquí lo que Estela escribió con la esperanza de quitarle la razón un día de estos.
DONES Y MADICIONES
Lo que la mayoría de la gente sabe de las migrañas se reduce a que son dolores de cabeza gigantes, pero es como decir que un desierto es un montón de arena. Una migraña es el dolor superlativo, la desesperación de un sufrimiento continuo que te sume en la oscuridad y la impotencia, y sólo sabes que harías lo que fuera por detenerlo. Cualquier cosa por hacerlo desaparecer. Cuando tu realidad se reduce a un dolor incesante, la razón se retira, cualquier ruido inesperado es una tortura, los colores se difuminan y la luz se convierte en un puñal asesino que te ataca cuando menos lo esperas. Yo conozco gente que ha hecho pequeñas locuras en medio de una crisis, locuras simplemente para parar el dolor. Cualquier cosa. En una crisis en condiciones morirías sin dudarlo si eso asegura el final de la tortura, sino quedase ese resquicio animal a lo que se reduce nuestro instinto de supervivencia y que te impide llevar la locura al límite. Cualquier cosa, lo que sea, sólo para dormir y que el dolor cese.
Esta maldición, como cualquier otra, viene de serie con un don. Imagino que la Naturaleza trata de compensarte por las molestias de un dolor inhumano, y aunque el regalo no cubra la magnitud de la maldición, a su manera trata de difuminarlo. La mayoría de la gente que conozco que sufre de migrañas periódicas tienen una hipersensibilidad que nos convierte en una especie de barómetros sobrehumanos. Sientes los cambios de presión atmosférica, lo cual no siempre es demasiado útil. También detectas los aromas y olores con un olfato hipersensible que aunque a veces puede ser molesto, a veces te da sorpresas agradables. Es quizá como si esos sentidos que muchos animales tienen tan desarrollados afloraran y, en ocasiones, puedes disfrutar de una visión del mundo especial y diferente.
Además, aprendes a valorar cada día y cada segundo libre de dolor, los colores son más vivos cuando puedes verlos. La vida te sonríe aunque todo vaya mal, porque podría ser peor, podrías doler.
Si esto es así cuando las migrañas son periódicas, imaginad cómo sería cuando la excepción es no doler, cuando la mayor parte de los días convives con una migraña de mayor o menor intensidad. Yo conozco a alguien así, ya os hablé de ella. Mi hermanita, de las Niñas de la Doble Moral, la del superolfato. Ahora entendereis el porqué de ese superpoder. Cuando el dolor cesa, sus increíbles ojos brillan con una intensidad de la que no puedes escapar. Es imposible no quererla. Y esa sonrisa... Nunca podréis asegurar que sabeis lo que es la felicidad hasta que veáis a Eve reír. Es como una oleada de frescura, como una lluvia de abril, como sentir el sol de primavera, como la primera nevada de tu vida cuando el mundo parece blanco y puro y te inunda una alegría casi irracional. Te golpea de repente con su risa, y no puedes evitar sonreír, no puedes escapar y te enamora. Ojalá pudiera describiros con palabras el frescor de su risa y la calidez de su mirada, lo especial que es tenerla cerca. Ojalá tuviera el suficiente dominio de las letras como para que pudierais imaginarla, porque no tengo ninguna imagen que pudiera expresar una décima parte de la realidad. Es casi como intentar enfrascar la ilusión en un botecito, o embotellar el aroma de césped recién cortado, o dibujar lo que sientes con el primer amor. Las fotos no llegan a reflejar nunca esa risa, porque no es sólo una imagen sino un sentimiento que te aborda, un sonido fresco que inunda la sala.
Como cualquier don, éste viene de serie con una maldición. Imagino que la Naturaleza trata de compensar al resto de la humanidad por las molestias de no poseer ese regalo. Eve, con esa capacidad sobrehumana de enamorarte, de inocularte ganas de sonreír cuando la tienes cerca, se ve incapaz de amar. Como si de un cuento se tratase, como si fuese una especie de Blancanieves a la que las hadas madrinas han dotado de dones desde la cuna, una bruja mala deseó a Eve la maldición de no enamorarse. Para ti el amor será una enfermedad, dijo la bruja. Y así fue. Eve creció enamorando casi sin darse cuenta, con esa risa, esos ojos, una personalidad fuerte y arrolladora que te mece cuando hace falta y te atropella cuando es necesario. Y Eve creció con una minusvalía invisible, una incapacidad para enamorarse, un miedo atroz a hacerlo y una inestabilidad en su esencia que provoca tempestades de sentimientos en las que es difícil mantener el barco a flote. Con la sinceridad como bandera, tiene una combinación de dulzura y bordería que hace incluso más difícil no quererla aunque a veces deseases matarla.
Por supuesto, como en cualquier cuento que se precie, seguro que hubo un hada que, indecisa sobre su bendición, permaneció entre las sombras pensando qué desear a Eve. Este hada debió escuchar sobrecogida la maldición de la bruja, y sin duda ideó una cura a esa enfermedad. Por desgracia, esa hada era tan tímida que se acercó sólo cuando estuvo segura de estar sola con la niña, y susurró su deseo sobre la cuna de forma casi imperceptible. Por ello, Eve aún no ha encontrado la cura. Gobierna el barco como puede, luchando con las tempestades de su propia inestabilidad natural. Escapa del amor en cuanto tiene ocasión, enamorando sin querer a su paso, y encontrando la felicidad tras alguna esquina cuando menos se lo espera. Pequeñas cosas que la iluminan. Un día sin dolor, un paseo por Madrid, un concierto, un amigo, la llamada telefónica de una hermanita, una serie comiendo palomitas arrebujada en la manta. Y así, esa sonrisa sigue sin serle negada a la humanidad, a la que pertenece por derecho, porque nada tan bello puede sernos arrebatado sin más. Y un día, cuando menos lo espere, el deseo secreto de esa última hada tímida y rezagada se hará realidad, y quién sabe cómo y por qué, Eve se enamorará.
Ella no lo cree. Estará leyendo estas letras, sonriendo, queriéndome, quizá con la lágrima apostada al borde de esos ojos increíbles, y pensando con dulzura que me equivoco. A veces nos sentimos demasiado adultos para creer en cuentos de hadas. A veces nos escudamos en nuestra circunstancia y no queremos creer que algo puede cambiar. A veces es más fácil resignarse a no amar que exponerse a hacerlo. Pero hay algo irrefutable, un argumento absolutamente cierto y comprobable que nadie me puede negar: los deseos de las brujas malas siempre siempre se vuelven en su contra.
Podéis seguir a Estela en su blog www.librodearena.com/daena, pocas personas escriben como ella, eso sí que es un don.